domingo, 13 de diciembre de 2009

El museo y los símbolos de la nacionalidad

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Bajo el título “El porvenir del pasado”, Néstor García Canclini dedica uno de los capítulos del celebre libro Culturas híbridas (1990) al estudio de los museos y el patrimonio nacional en América Latina. En el contexto de una amplia reflexión sobre los procesos inserción de las culturas populares en los medios masivos de comunicación y los retos que estas plantean al orden letrado en el marco de la globalización, García Canclini emprende una labor de conceptualización y crítica de las concepciones museísticas que han primado hasta los años ochenta en América Latina. Por otra parte, Mery Roldán en un corto e incisivo artículo, “Museo Nacional, fronteras de la identidad y retos de la globalización” (2000), emprende una tarea similar en busca de establecer una genealogía de los museos nacionales que ponga en discusión el reto que la globalización plantea a estas instituciones. A continuación pretendemos plantear un diálogo entre estos dos textos remarcando sus aproximaciones y distancias.

Según García Canclini, los discursos sobre la identidad nacional están sustentados sobre la construcción de rituales (entendidos como un conjunto de actos, festividades y calendarios ligados a un relato mítico), y símbolos (entendidos como los productos culturales que en su conjunto dan origen a las colecciones). Estos dos elementos construyen la materialidad de las representaciones de la nación y se manifiestan de forma concreta en la conformación del patrimonio y los museos nacionales. Dos términos en íntima vinculación que podrían ser definidos de esta manera:

Si el patrimonio es interpretado como repertorio fijo de tradiciones, condensadas en objetos, precisa de un escenario-depósito que lo contenga y proteja, un escenario-vitrina para exhibirlo. El museo es la cede ceremonial del patrimonio, el lugar en el que se guarda y celebra... (1990: 158)


Sobre la base de estas definiciones se entiende que el patrimonio cultural organiza un conjunto de bienes simbólicos y prácticas rituales para la construcción de un pasado colectivo común a todo un conglomerado reconocido como nacional. Como es lógico suponer, esta construcción no la realiza una voluntad divina o una mano invisible, sino al contrario está estructurada como un ordenamiento social producido por un grupo específico, que para Canclini es la oligarquía. Estas clases oligárquicas construyen símbolos y los transforman en las sustancias naturales y eternas de la nación. Se produce entonces el reconocimiento del patrimonio nacional fundado en un tradicionalismo sustancialita que inviste a ciertos objetos (piezas arqueológicas, muestras de orfebrería, cerámica o tejidos) y espacios (museos) de un carácter sagrado. En ellos se representa el origen y esencia de la nacionalidad. A partir de este proceso de mitificación y sacralización de lo nacional se naturaliza el acervo patrimonial y se lo impone como una representación incuestionable. La nación y sus símbolos se transforman entonces en una realidad ahistórica y metafísica desvinculada de los grupos históricos que los produjeron. Gracias a esta operación el patrimonio nacional aparece como un conjunto de bienes sagrados que permiten la construcción de un pasado común y generan un sentido de unidad y pertenecía. Este complejo mecanismo de construcción de el acervo nacional aún en la actualidad se encuentra en operación. García Canclini, lo reconoce en el estudio de dos museos mexicanos: el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo ubicado en Oaxaca y el Museo Nacional de Antropología ubicado en el Distrito Federal. En el caso de ambos museos se hacen visibles los mecanismos por medio de los cuales opera la visión tradicional sobre el patrimonio nacional asentada sobre la construcción de colecciones legitimadas por el saber científico, la cultura de elite y los intereses estatales.

Por su parte, Merry Roldán analiza como los tradicionales “gabinetes de curiosidades” ostentados por los ricos aristócratas en los siglos XVII y XVII se transforman en los modernos museos democráticos regidos por la lógica racional y científica. Con la pararición de los estados nacionales se hace necesaria la construcción de nuevos rituales de poder que inserten al ciudadano en el orden estatal. Las ritualidades modernas en las que se basa el poder de la nación tienen su manifestación más visible en la construcción del Museo Nacional. Esta nueva institución se construye como una recuperación de la memoria de la nación ordenada de acuerdo a intereses particulares:

... no fue tanto una representación de verdades o eventos “objetivos” como un producto de interpretaciones complejas y socialmente construidas, filtradas a través del deseo y del imaginario del sector dominante (2000: 104).

A partir de la referencia al Museo Nacional de Colombia (fundado en 1823), Roldán reflexiona sobre el proceso de construcción de comunidades imaginarias vinculadas a la articulación de una narrativa de la soberanía nacional y la búsqueda de la identidad supra-regional. En el proceso se hacen visibles los mecanismos por los cuales el Estado interpela a los individuos como ciudadanos pertenecientes a una comunidad nacional. Este aspecto, tratado superficialmente en el análisis de García Canclini, abre las puertas a la reflexión sobre la función del museo en la construcción la ciudadanía. En contraste, cabe destacar que el texto Roldán no presenta ninguna definición acerca del patrimonio nacional o la organización de colecciones, elementos esenciales a la hora de conceptuar al museo como institución.

Los dos textos, sin embargo, remarcan el proceso conflictivo que se oculta tras la concepción del museo nacional. Roldán enfatiza en que la formación de la identidad nacional implica la negación de otras identidades ya que la nación se sostiene sobre la base de una memoria selectiva que consagra una serie de comportamientos que se imponen como centrales frente a otros se son subordinados como marginales (110). Por su parte, García Canclini sostiene una fuerte crítica a la concepción esencialista del patrimonio albergado en los museos nacionales. El patrimonio nacional, comprendido como la fuente esencial y original de la nación, esconde los procesos de dominación política y cultural generados por la reproducción de un orden impuesto por los grupos dominantes. En segundo lugar, plantea una mitificación de la nación sostenida por rituales que sacralizan ciertas simbologías de lo nacional. En tercer lugar, genera un homogenización que oculta los procesos heterogéneos y la división entre distintos sectores y grupos sociales al interior de la nación. Consecuentemente, se legitima y naturaliza un sistema de exclusiones basados en rituales de legitimidad construidos por las elites que definen cuales son las sustancias y símbolos de la nación. La institucionalidad del Museo Nacional lleva a cabo estos cinco procesos al mismo tiempo que los invisibiliza.

Otro punto de fecunda coincidencia junta a los dos autores en la búsqueda de una nueva definición de los museos nacionales en el contexto actual de la globalización. Para los dos investigadores, los procesos de globalización no solo estimulan la transnacionalización simbólica y produce transculturaciones imaginarias, sino que también cuestiona profundamente las concepciones decimonónicas y esencialistas de los museos nacionales. La presencia fundante de los medios masivos de comunicación y el uso de nuevas tecnologías en la reproducción-difusión de los bienes culturales plantean un cuestionamiento radical a la noción de originalidad y pureza en la que se sostiene el patrimonio nacional (García Canclini: 185) Al mismo tiempo los procesos de globalización plantean la paradójica situación de “reforzar procesos tradicionales e identitarios en la misma medida en que los pueden borrar y alterar” (Roldán: 109). Con estas consideraciones se abren nuevas posibilidades de reimaginar el patrimonio nacional, considerándolo, ya no como algo natural, sino como un proceso social conflictivo en donde se juega la representación de lo nacional en tensión con lo global.

Esta representación se presenta, en entonces, en palabras de García Canclini como “un espacio abierto a la lucha material y simbólica entre clases, etnias y grupos” (182) en donde las colecciones nacionales no son acervos establecidos de una vez y para siempre, sino al contrario constelaciones fluidas en permanente reconfiguración. Por su puesto, como se afirma en los dos textos esto implica un proceso de transformación radical de aquello que se designa bajo la vocación nacional. Plantea el reconocimiento de la diversidad y la inclusión de múltiples sectores, grupos étnicos y clases sociales dentro del museo. Solo a partir del reconocimiento de esta gran diversidad fisurada y contradictoria el Museo Nacional puede atender a los retos que le plantea la globalización y la irrupción de las culturas híbridas.


Bibliografía

García Canclini, Néstor, Culturas híbridas. Estrategias para entrara y salir de la modernidad, Grijalbo-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1990.

Roldán, Mary, “Museo Nacional, Fronteras de la identidad y el reto de la globalización” en SÁNCHEZ, Gonzalo y WILLS OBREÓN, María Elena (comp.), Museo, Memoria y Nación, Ministerio de Cultura, Museo Nacional, PNUD, Universidad Nacional, Bogotá, 2000.

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